(1959-?)
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La actividad de los pensamientos, atrapa por completo nuestra atención, haciéndonos creer que la única realidad posible es la que ellos nos muestran y que cualquier respuesta a nuestras preguntas, debe buscarse intelectualmente.
No podemos siquiera imaginar que exista otra manera de vivir, pero resulta que solo en la interpretación que los pensamientos hacen de la percepción, hay ego, karma, tiempo y contenidos.
Solo en su dualidad se divide, elige, retiene, rechaza, busca y encuentra y solo allí hay nacimiento, sufrimiento y muerte.
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Si la atención se desprende espontáneamente de esta fijación inconsciente en el pensamiento, ya sea por accidente, gradualmente o tras su súbita interrupción, la experiencia es siempre la misma, aunque cada uno la expresamos usando los recursos de nuestro tiempo y cultura.
Siempre se percibe una sola mente, que en su vacío nos incluye con todo en su nada, sin separaciones, entidad propia ni contenido, sobre un intenso sentimiento de liberación, dicha y paz, que reposa en nuestra verdadera naturaleza original, donde la atención se diluye en sí misma, sin impedir la recuperación posterior del libre funcionamiento intelectual, ni la existencia del cuerpo y el mundo.
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Se dice que esta es la iluminación suprema, porque nada se ha logrado, nada queda por hacer y sin un sujeto con una forma y un contenido concretos, todo se desenvuelve por sí mismo.
La mente única se transforma en toda la manifestación y no hay nada que no sea esta mente.
En reposo es el vacío sin nombre ni forma y en movimiento es todos los nombres y todas las formas, sin dejar de ser vacío.
Podemos permanecer indefinidamente en esta mente original, sin enfocarla ni transformarla en nada más, ni siquiera en el vacío y vivir así espontáneamente, en un instante efímero que fluye sin llegar nunca a ser.
Así es como sucede siempre, aunque no nos damos cuenta, por estar solo pendientes de sus mil transformaciones, que alimentan nuestras propias ilusiones.
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Una vez aquí, no queda nada que alcanzar ni nada que hacer y todo acontece por sí mismo.
Y podemos volver a pensar, sentir y percibir los objetos externos e internos, mediante el manejo voluntario de nuestra atención, sin perdernos en ellos y dejando que todo sea lo que es sin esfuerzo.
Este estado mental original, lo compartimos todos y en él estamos cuando reaccionamos espontáneamente ante los acontecimientos de nuestra vida cotidiana.
Este estado mental original, lo compartimos todos y en él estamos cuando reaccionamos espontáneamente ante los acontecimientos de nuestra vida cotidiana.
Cuando la atención se fuga tras los pensamientos, nuestro ser sin forma, la mente única, deja su permanencia consciente en este instante que carece de pasado, presente y futuro, que está libre de personalidad, de contenido y de vacío y desde el que podemos percibir libre y directamente y vivir en paz, para transformarse en la manifestación de la existencia, sin por ello convertirse en ella, ni adoptar una forma o unos contenidos permanentes concretos.
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No es necesario esforzarse deliberadamente por eliminar los pensamientos, mantener un estado de ser determinado, ni recorrer camino alguno, porque nuestro estado mental original nos pertenece desde siempre, no hay que ganarlo, nunca nos ha faltado y nadie nos lo puede dar o arrebatar.
Solo hemos de abandonar nuestra tozuda fijeza en los contenidos de los pensamientos y darnos cuenta de que todo es lo que es, al percibirlo por fuera de la cadena de pensamientos conceptuales desde donde sufrimos la ilusión de la existencia, recuperando así el estado natural y espontáneo de nuestra mente y poniendo fin a toda nuestra insatisfacción, para morar por siempre conscientemente y sin esfuerzo en él, en compañía de todos los seres.