(1546-1623)
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Todos poseemos nuestra naturaleza original desde siempre y es la misma en todos los seres, pero no nos damos cuenta de su existencia, porque está cubierta por las pasiones y los pensamientos ilusorios, que originan nuestras ideas equivocadas acerca de la mente, el cuerpo y el mundo.
-2-
Cuando el incesante surgir de los pensamientos por fin se detiene abruptamente, comprobamos claramente que nuestra mente es originalmente pura, perfecta y vacía de cualquier objeto.
-3-
Desde el principio no hay cuerpo ni mente, no hay mundo ni pensamientos, solo apariencias inexistentes.
Todas las manifestaciones están vacías de cualquier substancia propia.
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Siempre que aparezcan los pensamientos, debemos tratar de encontrar su origen, el punto donde todos ellos aparecen y desaparecen, mientras los dejamos ir y venir como quieran.
Usemos nuestra fuerza de voluntad y nuestra atención, para empujar una y otra vez la mente hacia el callejón sin salida de la consciencia.
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En el momento en que los pensamientos de súbito por fin se detienen, nuestra mente queda limpia como un estanque cuando la neblina se disipa.
Entonces nos sentimos cómodos, infinitamente ligeros y llenos de alegría sin objeto.
Pero no debemos apegarnos a esta experiencia del reconocimiento de nuestra verdadera naturaleza, ni forzar para que perdure, o nos quedaremos atrapados en la vacuidad.
-6-
Cuando conseguimos llevar la mente hasta su mismo final, experimentamos por sorpresa que nuestros pensamientos se detienen repentinamente e instantáneamente presenciamos nuestra propia mente no dual.
Y aunque somos incapaces de expresar este sentimiento, la mente se fusiona con todas las condiciones de la existencia, limpiando de un solo golpe todo el karma, las pasiones y los deseos.
Atravesamos de un salto las ocho consciencias, hasta llegar a la novena llamada Amala y ya no queda para nosotros nada más que lograr.
Por eso, a esta realización última se la conoce como la iluminación suprema.