martes

-Nisargadatta


Maruti Shivrampant Kambli/
Nisargadatta Maharaj
(1897-1981)


-1-
La consciencia de ser es lo primero que aparece sin haberla invitado y con ella se inicia la dualidad.


-2-
En el momento en que sentimos que somos, dentro de la consciencia se crea el espacio donde aparecen a la vez el cuerpo y el mundo.


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La consciencia se identifica natural y automáticamente con la forma del cuerpo dentro de la cual se siente y que percibida a través de los sentidos le parece tan real, como el mundo del que a partir de entonces creerá estar separada.


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La consciencia entra entonces en movimiento y aparece la mente y toda la manifestación.
Surgen las impresiones, percepciones, sensaciones, sentimientos y pensamientos que comienzan a cubrir la consciencia de nombres, formas, conceptos, posesiones y muchas más características que aunque no alteran la pureza original de la consciencia, van constituyendo la persona con la que acaba identificándose, aceptando como propio todo aquello que esta cree ser.


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Desde que la consciencia está latente en el embrión y hasta los dos o tres años, fundidos con el Absoluto somos solo dicha, vigilia y sueño.
Pero tras la aparición de la persona, la consciencia que solo atestigua, cree ser el actor de las acciones que surgen en respuesta a los estímulos sensoriales y comienza a experimentar conceptos como el karma, el dolor, el placer, el sufrimiento y el temor a la muerte.


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Para reconocer lo que verdaderamente somos, debemos desandar el camino retirando todo lo añadido en la consciencia, hasta dejarla desnuda como en su día apareció y simplemente atestiguar desde la quietud rehusándonos a entretener cualquier otro pensamiento, hasta conseguir establecernos firmemente en ella.


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Entonces, con la mente en calma dejamos de ser individuos y todo empieza a ocurrir espontáneamente en nuestra consciencia sin nuestra participación activa.
En este proceso, la persona se ha fundido con el testigo, el testigo con la consciencia y más adelante la consciencia se funde por sí misma con el Absoluto sin que perdamos la identidad, sino solo sus ilusorias limitaciones.


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Cada vez que no necesitemos usar el pensamiento durante el transcurso de nuestra vida diaria, debemos regresar a la contemplación de nuestra consciencia de ser sin forma y desnuda de cualquier característica.


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Poco a poco comprobaremos que las actividades del mundo se van agotando ante nuestra falta de respuesta, que todas nuestras necesidades van siendo satisfechas y que en realidad todo ha estado ocurriendo espontáneamente desde siempre.


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Una vez que comprendemos que somos la consciencia sin nombre ni forma que no está encadenada a la persona ni al cuerpo, recuperamos nuestro estado natural y la consciencia queda liberada sin más entidad tras ella que el Absoluto.


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Ser uno con nuestra consciencia es todo lo que podemos hacer, porque el último paso de trascenderla y estabilizarnos por completo en el Absoluto, debe ocurrir por sí solo y es imposible predecir cuándo sucederá en cada uno.


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La consciencia en movimiento es la mente, que solamente puede percibir y conocer aquello que cambia, no lo eterno e inmutable.


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Lo que escucha expectante en nosotros cuando nos llaman por nuestro nombre, es la mente en reposo, la consciencia pura y sin forma anterior a cualquier conocimiento, pero que identificada con el cuerpo y la persona aún no se ha reconocido como tal.


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Cuando la mente se aquieta, las identificaciones desaparecen, la consciencia se hace consciente de sí misma y se funde con el Absoluto.
Decimos entonces que hemos alcanzado la realización.


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Nuestro verdadero hogar es un principio que comprende, se da cuenta y atestigua, es el Absoluto sin atributos anterior a la consciencia, que no se conoce a sí mismo y que acepta la dualidad al asumir el estado de ser y manifestarse entre la impermanencia y el continuo cambio.
El conocedor de todo esto es eterno, no posee vida, es pura no dualidad.


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En realidad hay un solo estado, cuando es distorsionado por la identificación con el cuerpo se le llama persona, cuando está coloreado por la consciencia de ser es el testigo y cuando no tiene límites se le llama Absoluto.


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Nada hay que temer al morir, el tiempo llega a su fin pero nosotros no, simplemente la consciencia que estaba limitada por el cuerpo en vida de este, se hace ilimitada y desaparece junto con el cuerpo y el aliento vital, quedando solo el Absoluto que no sabe que es, nuestra verdadera naturaleza original.
Este es el estado que debemos alcanzar en vida y en el que debemos permanecer en el momento de la muerte, de lo contrario nos veremos envueltos en los conceptos de la mente y naceremos de nuevo de acuerdo al último pensamiento que entretengamos.
No debe haber más pensamiento que el de que somos la dicha perfecta, porque nuestro estado corresponderá con lo que creamos ser, esto es así ahora y será también así entonces.


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No olvidemos que lo que queda cuando todo lo demás se ha extinguido, es nuestra verdadera naturaleza.

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